Para aquellos que estudiamos lenguas extranjeras, resulta importante plantearnos por qué lo hacemos. Toda lengua es altamente compleja y presenta muchas caras, y es precisamente este carácter poliédrico el que, bajo mi punto de vista, aconseja tener claro cuál es el objetivo con el que aprendemos una lengua extranjera, para así optimizar al máximo el tiempo invertido. Las filologías u otros grados como el de traducción e interpretación nos permiten, entre otras cosas, el estudio de otras lenguas, aunque con propósitos distintos. Pongamos como ejemplo un grado en Estudios Ingleses (personalmente, sigo prefiriendo la etiqueta Filología Inglesa; llamadme tradicional) y uno en Traducción e Interpretación con la combinación principal inglés-español. En el primero de los casos, el inglés es una meta, mientras que en el segundo es un medio. ¿Se ha de estudiar, por tanto, del mismo modo dicha lengua en ambos grados? En mi opinión no. Si los fines son distintos, también lo han de ser los medios para llegar a ellos. En este sentido (y en otros), merece la pena la lectura de la tesis doctoral de Enrique Cerezo Herrero, dirigida por la Dra. Mabel Richart Marset.
Por Juan José Martínez Sierra.